Fabula del gato negro y la gata blanca

Él pidió comida. Había perdido la visión de su ojo izquierdo, desfigurado en una pelea callejera. Él no tenía hogar. No poseía ni ambicionaba nada. Su único propósito era seguir luchando, por la pura obstinación de no dejar a la muerte vencer tan pronto.

Ella descansaba como llevaba haciendo toda su vida. Sin propósito ni sueños. Le miró como al que era, un inferior que no podía valerse sin ayuda y no hacía más que molestar al pudiente. Sin embargo una curiosidad reconcomía su subconsciente.

Él continuó implorando clemencia. Llevaba ya días en su puerta, y ella comenzó a sentir. Le compadeció.
A pesar de las diferencias, bajó de su trono y se identificó con él.
Ambos vacíos, ambos sin rumbo.

Sin darse cuenta, quería a ese vagabundo más que a nada en el mundo, y estaban tan separados que ella no encontraba forma de acercarse. Aun así, la distancia física era nula, y él le habló.
No como súplica.
Palabras hermosas y llenas de sentimiento, de igual a igual.
Ella sintió derretirse su coraza, pertenecer a aquella voz por el resto de su vida.

Finalmente, unos brazos la condujeron a su próximo destino. Se mudaba.
Ella, que nunca conoció el amor y él, que tuvo del que nunca hubiera deseado.
Se vieron separados por fuerzas mayores que ellos dos.

<<Quizás algún día>>, ella suspiró.
<<Quizás entonces>>, él se consoló.
<<Quizás vuelva>>, ella prometió.
<<Quizás me esperes>>, él perdió su esperanza.